Clubes de todo y para todos: pertenecer en tiempos de hiperindividualismo 

Clubes de todo y para todos: pertenecer en tiempos de hiperindividualismo 

En una época donde los vínculos se ven atravesados por la velocidad, la productividad y el rendimiento, los clubes —esos espacios tranquilos de afinidad y encuentro— surgen como una forma silenciosa, pero poderosa, de resistencia emocional.  

No es casualidad. Vivimos en un sistema que ha colonizado hasta nuestros afectos: nos han enseñado a relacionarnos desde el intercambio, la utilidad, el like, el beneficio, la gratificación instantánea. La lógica neoliberal que rige al mercado también se coló en nuestras formas de convivir. 

Gente moviéndose vertiginosamente en una plaza de una tienda a otra. La fotografía desenfoca lo que se mueve para dar una sensación de velocidad.

En este contexto, la necesidad de recuperar espacios donde compartir sin competir, donde encontrarnos sin «performear», se vuelve urgente.  

Por eso, cada vez más personas buscan reunirse para leer, tejer, hablar de astrología o intercambiar comentarios sobre plantas. Lo que a primera vista puede parecer simple o “de moda” encierra una necesidad más honda: la de construir comunidad en medio de una época de aislamiento emocional. 

El contorno de una persona ensombrecido dentro de su casa constrasta con el sol y la calidez del exterior.

Pequeños refugios para el caos cotidiano 

La ciudad —y la vida en general— no da tregua: todo corre, todo exige, todo nos interpela desde la productividad. Sin embargo, los clubes temáticos emergen como espacios de pausa: pequeñas comunidades de afinidad donde lo importante no es estar, compartir, crear algo en común

Un grupo de personas tejen diferentes cosas en un clugo de crochet.

Desde clubes de lectura en librerías comerciales e independientes, hasta grupos de crochet que se reúnen en cafés, estos espacios permiten no sólo compartir una pasión o hobby, sino sobre todo establecer un vínculo afectivo sostenido con otras personas.  

Como si se tratara de una versión contemporánea de la sobremesa, estos clubes ofrecen una experiencia de presencia colectiva que se aleja de la lógica efímera de lo digital. 

En un mundo donde la tecnología tiende a sustituir la compañía, estos clubes devuelven al cuerpo y a la palabra su lugar como puentes para lo afectivo. 

Convivir, compartir, sanar 

Más allá del gusto compartido, lo que estas comunidades activan es una forma de sanación colectiva frente al desgaste emocional contemporáneo. La soledad, la ansiedad, la fatiga social —intensificadas tras la pandemia— encuentran un contrapeso en estas dinámicas lentas y cuidadosas. 

@melybee.books

Mini vlog: El picnic literario🧺📖🍓 Un poquito sobre la primera reunión de mi club de lectura🤍 #booktok #booktokmexico #minivlog #clubdelectura #bookclub #libros #picnic #tijuana #lectura #melybee🐝

♬ Theme From A Summer Place – Percy Faith

En los talleres de plantas o en los círculos de astrocartografía, no sólo se habla del tema central. También se llora, se ríe, se crea una intimidad que hace de la experiencia algo profundamente reparador. Como dice una joven participante de un club de astrología en la CDMX: “no vine a saber de estrellas, vine a sentirme menos sola”. En esa frase se condensa una verdad compartida por muchos: a veces, lo que buscamos no es saber más, sino estar acompañados. 

La paradoja del club: entre comunidad y exclusión 

Sin embargo, como todo fenómeno social, la proliferación de clubes también tiene aristas complejas. En particular, algunos espacios han sido señalados por reproducir dinámicas excluyentes, estéticas aspiracionales o incluso valores conservadores

Las críticas apuntan a que estos espacios no siempre son accesibles para todos: requieren tiempo libre, recursos económicos y una cierta idea de “normalidad” o “mérito” que muchas personas no pueden o no desean cumplir.  

Correr a las seis de la mañana y asistir a un rave sin alcohol puede ser visto tanto como un acto de salud como un acto de privilegio. ¿Qué pasa con quienes corren desde las cinco porque van al trabajo? ¿Qué significa cuando un espacio de comunidad sólo admite a quienes pueden adaptarse a una estética blanca, sana, sobria y productiva? 

Hacia nuevas formas de conectar

Pese a estas tensiones, el auge de los clubes refleja un deseo profundo y extendido de recuperar formas de estar juntos. Y si bien aún hay mucho que cuestionar sobre las dinámicas de clase, estética y accesibilidad, lo cierto es que estamos ante una respuesta cultural potente al modelo hiperindividualista que nos vendieron. 

Lejos de las estructuras tradicionales de familia, religión o partido político, estos clubes son una nueva forma de comunidad, más horizontal, más fluida, más basada en el afecto y la afinidad. Son, también, espacios de reaprendizaje colectivo: lugares donde no se necesita tener la razón, sino tener con quién compartir la pregunta. 

Un grupo de personas se congregan frente a dos mesas en un club de ciencia.

En tiempos donde la soledad se volvió una pandemia silenciosa, compartir una taza de té, una lectura o una puntada de crochet puede ser un acto de resistencia radical. Y quizás, en esa sencillez, se esconda la semilla de una vida más habitable. 

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